Un encuentro explosivo (Rose L. Weasley)

La sala común de Gryffindor era toda un alboroto.
Todos se encontraban dentro de las “pequeña” reuniones de mis primos Fred y James. Nunca me había molestado pues siempre había participado en ella, desde el interior era pura diversión pero como ahora, lamentablemente, la veía desde afuera era una locura. Los estudiantes estaban parados alrededor de los sillones, sobre estos, bailando, hablando, gritando. Aquí se podía encontrar de todo menos tranquilidad.
Yo me encontraba sentada en un rincón de las escaleras escribiendo en mi diario… últimamente me sentía…mal, rara, distinta, no era yo misma. Harta del barullo cerre con brusquedad el simple encuadernado de terciopelo azul marino y baje las escaleras con velocidad. Al llegar a la puerta de la sala común de Gryffindor abri el cuadro de la dama gorda y empecé a caminar ala deriva.
Luego de un largo rato llegue a una de las torres des castillo. Esta parecía vacía, era calmada, callada, silenciosa, lo que en estos momentos necesitaba. Me quede disfrutando de la vista atreves de una venta frente a mi hasta que una voz demasiada familiar sono detrás de mi.
Me di vuelta para verla a la cara, y allí estaba Katherine Zabini. – ¿A caso es de tu incumbencia Zabini?- dije con sencilles, no tenia ganas de encontrarme con nadie en estos momentos y menos con una Slytehrin…

La fiesta-reunión era todo un éxito. Fred tenía la habilidad de su padre – o al menos me había dicho eso el mío – de armar alboroto, y yo solo le había seguido la corriente. Pero, por extraño que pareciera, de un momento a otro el ambiente tan cargado de la sala común me empezó a resultar excesivo. Decidí ir a buscar a mi hermanita o a Rosie, ya que sabía que con ellas encontraría la paz que en ese momento necesitaba mi cerebro, pero extrañamente no las encontré. No me preocupaba por Lils, porque sabía que las fiestas no eran mucho lo suyo, pero Rose estaba hace unos momentos aquí. Estaba seguro de haberla visto…
Caminé hacia el retrato de la Señora Gorda, y me sorprendió ver de reojo una cabellera pelirroja que salía por la puerta, adentrándose en los pasillos de Hogwarts a horas no convenientes. Rosie era difícil de confundir. Seguro de que podría tener problemas decidí seguirla. En fin, ya estaba escaso de castigos, por lo que una llamada de atención de algún prefecto no me vendría mal… Reí inconcientemente, estaba seguro que este tipo de comportamiento haría que mi padre me enviara otro vociferador. Pero ¿acaso él no había incumplido las normas una y otra vez? No debe de quejarse, en mi naturaleza cumplir las normas del colegio no era una opción. O al menos no una que me agradara.
Seguí a Rosie de lejos, seguro que si la sorprendía ella se enojaría conmigo y me mandaría de regreso a la Sala Común, cosa que deseaba evitar a toda costa. Caminé sin rumbo siguiendo a mi encantadora y pelirroja prima, sorprendido del rumbo que tomábamos. Parecía distraída, como si no supiera siquiera a donde se dirigía y solo se limitaba a vagar y a dejarse llevar allá donde sus pies la dirigieran. Cuando llegamos a la torre oeste decidí que ya había sido una gran caminata, por lo que estaba a punto de detenerla cuando una voz femenina y no poco conocida me sorprendió. Katherine Zabini había entablado conversación con Rose.
Ser descubierto por dos chicas no era algo que tenía en mente, por lo que me aparte un poco, fundiéndome con las sombras. Podía ver por los movimientos de Rose y las sonrisas sarcásticas de Kath que ambas no se llevaban bien; es más, estaba seguro que cualquiera de las dos lanzaría una maldición si se llegaban a mencionar las palabras equivocadas. No estaba dispuesto a dejar que la Slytherin molestara a mi prima, por muy atractiva que fuera la serpiente, así que saqué mi varita y caminé un poco.
La mención del diario de Rosie y de cierto chico rubio – no… es imposible que se trate de el niño Malfoy, Rosie tiene mejores gustos, estoy seguro – hizo que mis sentidos, de por si alerta, se afinaran aún más. Salí cuando las cosas empezaban a ponerse en verdad interesantes, ya que mi prima había sacado la varita y estaba amenazando a la pelinegra.
– No…te…atreves a….volver… a repetir… ¡eso!- rápidamente, con los reflejos agudos del can en el cual me convertía, me paré en medio de las chicas, con la varita en alto y una sonrisa socarrona que, esperaba, aligerara los ánimos.
- Bien, no es bueno que dos atractivas chicas se peleen en mitad de la noche. Si quieren hacer algo divertido, yo podría ayudarlas – sonreí a Kath y le guiñé un ojo a Rose, pero seguía completamente alerta. – Así que…porqué no guardamos las varitas y hablamos como gente civilizada? – rodé los ojos, esas palabras sonaron extrañas hasta para mí, pero si surtían efecto no volvería a juzgar mal el buen uso del vocabulario de mi tia Herms.